En las iglesias de la
denominación a la que pertenezco, se tiene un tiempo en los cultos donde se
permite que los participantes expresen públicamente su gratitud a Dios por lo
que ha hecho en la semana que ha transcurrido. Para mi este tiempo es uno de los momentos
especiales en el programa porque se da evidencia de lo que Dios está haciendo
en la vida de la congregación. Al
visitar iglesias en los Estados Unidos y otras denominaciones en México donde
no se tiene esta práctica, lo echo de menos. En esas ocasiones, siempre me
parece como que algo le falto al culto a Dios.
Sin embargo, hay tiempos en que me
pone a pensar el hecho de que la mayoría de los motivos de gratitud son por
beneficios tangibles que se han recibido y no por alguna bendición espiritual. Se da gracias por la restauración de la
salud, porque Dios ha suplido alguna necesidad económica, o porque Dios libró a
alguien de algún peligro. Lo cierto es que todas estas cosas sí son motivos
para dar gracias y se lo deberíamos agradecer a Dios. Lo que creo que nos queda
por aprender es darle gracias a Dios por aquellos beneficios recibidos que van
más allá de lo que con el tiempo se ha de perder. La salud, la economía, el
bienestar en esta vida ha de perecer. En
contraste hay cosas que nunca hemos de perder, como la salvación.
La salvación debería ser un constante
motivo de nuestra gratitud o la oportunidad de poder compartir con otros el
glorioso mensaje de gracia y redención.
¿En verdad habremos entendido lo que Dios en su gracia ha hecho por
nosotros? ¿Estaremos poco agradecidos con Dios por la salvación porque “poco”
se nos ha perdonado?
No
sugiero que todos los domingos nos levantemos a dar gracias por la salvación.
¿Pero, qué tan a menudo le damos gracias a Dios en privado por habernos salvado
y que tanto lo escuchamos en la iglesia?
¿Darán
gracias a Dios por la salvación más frecuente los católicos que nosotros? No lo
creo pero en la tradición católica lo que nosotros conocemos como la santa cena
se le conoce como la eucaristía. Este
último término viene de la palabra dar gracias y lo toman del pasaje de Mateo
26:27: “Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de
ella todos.” Cristo dio gracias por la
copa que representaba su sangre en la cual estaba basado el nuevo pacto que le
ofrecería salvación a toda la humanidad.
El término Eucaristía para
referirse a la Santa Cena parece provenir del escrito la Didaché del primer
siglo. En este escrito implica que la celebración del rito en el que recordamos
las verdades elementales de la salvación era una celebración de gratitud. “En
lo concerniente a la eucaristía, dad gracias de esta manera. Al tomar la copa,
decid: “Te damos gracias, oh Padre nuestro, por la santa viña de David, tu
siervo, que nos ha dado a conocer por Jesús, tu servidor. A ti sea la gloria por
los siglos de los siglos.” Y después del partimiento del pan, decid: “¡Padre
nuestro! Te damos gracias por la vida y por el conocimiento que nos has
revelado por tu siervo, Jesús. ¡A Ti sea la gloria por los siglos de los
siglos![1]
(Didaché capítulo 9:1-3).
Lo que podemos aprender de
esto es que la redención que Cristo obró a nuestro favor debería ser un motivo
profundo y constante de gratitud.
¿Podemos hacernos la pregunta
por qué? ¿Qué se nos ha otorgado en la salvación que debería resultar en
gratitud? Las respuestas a estas
preguntas se llevarían libros enteros en contestar pero delinearemos algunos
motivos de manera resumida que nos puedan motivar en nuestra gratitud.
En primer lugar, y es en lo
que la mayoría de la gente piensa cuando piensa en la salvación, el haber sido
librados de una muerte y condenación eterna.
No hemos de pasar la eternidad separados de Dios ni sufrir la tortura
eterna del infierno. Estaremos en la
presencia de Dios, en el cielo.
En segundo lugar, la salvación
nos ha otorgado no sólo la entrada al cielo en tiempo futuro, sino que ya en
este momento nos ha abierto la entrada a la misma presencia de Dios como lo dice
el autor de los Hebreos. “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la
gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.”
(Hebreos 4:16) Puedo llegar a la
presencia de Dios en cualquier momento o lugar y aún más puedo vivir en su
presencia. En la hora de la necesidad
puedo acercarme a Dios y recibir ayuda sin ningún estorbo ni rodeos. Dios está
presente en cada circunstancia o situación para ayudarme.
A la vez, no sólo está para
ayudarme, está presente para que disfrute de su compañía. Puedo caminar y pasearme
con Dios como lo hacían Adán y Eva en el huerto. Puedo disfrutar de la dulce comunión para la
cual fui creado. Como escribió el autor Elisha A. Hoffman en el himno: “¡Dulce
comunión la que gozo ya en los brazos de mi Salvador! ¡Qué gran bendición en Su
paz me da! ¡Oh! Yo siento en mí su
tierno amor.”
En tercer lugar, la salvación
nos restaura a una comunión con Dios que nos da el poder para vivir la vida
como Dios la ideó en un principio. Esto
nos permite cumplir con el propósito de Dios para nuestras vidas y le da
sentido y valor a la vida más allá de lo que podemos imaginar. Si andamos en el Espíritu, que sólo se hace
posible por la salvación, entonces vivimos conforme a los planes y propósitos
de Dios. En ese andar vivimos en
comunión con el prójimo. Los pleitos, iras, contiendas, celos, etc. se disipan
y la vida se vuelve grata. Además, al
vivir en sujeción a Dios cumplimos nuestro propósito en esta tierra y esto le
da sentido y validez. El hombre o la
mujer no necesitan buscar realizarse porque lo estarán viviendo de manera
plena. Esto sin la salvación es
imposible. El hombre busca vivir una
vida plena pero sin la salvación que sólo Cristo da no es posible alcanzar esa
meta. Vive sintiendo que a final de
cuentas todo, como dijo Salomón, es vanidad.
Aunque pudiéramos abundar
mucho más sobre estos tres puntos, podemos darnos cuenta que la salvación es en
verdad una gran bendición de Dios. Por
gracia, sin merecerlo, Dios nos ha escogido y dado estas bendiciones.
Padre, te alabamos y te damos
gracias por la gran salvación que obraste a nuestro favor por medio de tu Hijo.
Te damos gracias porque las bendiciones de esta gran salvación son nuestras en
Cristo Jesús y podemos disfrutar de ellas tan plenamente por tu gracia. A Ti sea la gloria.
[1] Didaché: La doctrina de los apóstoles en
http://www.origenescristianos.es/didache.pdf
(visitada el 9.9.2018)