Por sus Beneficios Recibidos (Parte 2)
Otra cosa que necesitamos considerar en nuestro estudio de la gratitud, como respuesta a las bendiciones que Dios nos da, es el hecho de que toda bendición recibida de la mano de Dios es una manifestación de la gracia de Dios. Lo cierto es que a menos que entendamos que las cosas buenas en nuestra vida vienen de parte de Dios, no se lo agradeceremos, por una sola razón: ¿Cómo se le puede agradecer a Dios aquello que no pensamos que viene de Él, que tiene otro origen o que en sí sencillamente no reconocemos la bendición?
Otra cosa que necesitamos considerar en nuestro estudio de la gratitud, como respuesta a las bendiciones que Dios nos da, es el hecho de que toda bendición recibida de la mano de Dios es una manifestación de la gracia de Dios. Lo cierto es que a menos que entendamos que las cosas buenas en nuestra vida vienen de parte de Dios, no se lo agradeceremos, por una sola razón: ¿Cómo se le puede agradecer a Dios aquello que no pensamos que viene de Él, que tiene otro origen o que en sí sencillamente no reconocemos la bendición?
Hay un sinfín de razones por las cuales
aún como cristianos puede ser que no entendamos que las bendiciones, y hablo de
cosas “buenas” que vienen a nuestra vida nos llegan de su mano por su gracia (Santiago
1:17). Nombraré unas cuantas de las muchas razones por las cuales reaccionamos
con ingratitud. Puede ser que usted
piense en algunas otras pero las que menciono nos encaminarán a pensar en
porque pudiera ser que no somos agradecidos.
En primer lugar creo que muchos de
nosotros se nos han lavado tanto el cerebro por el pensamiento del mundo que
nos rodea que le atribuimos las cosas buenas en nuestra vida al esfuerzo que hemos
hecho por conseguirlas. Puede ser que digamos algo parecido a lo que recuerdo
que dijo un vecino hace años: “Lo que tengo es por mis propios esfuerzos. No le
debo nada a Dios ni a ninguna persona.” No nos damos cuenta de que si no fuera
por las misericordias de Dios todos seríamos consumidos (Lamentaciones
3:22) porque todos sólo somos dignos de
juicio y no de misericordia. Si no fuera
por la misericordia de Dios no tendríamos la salud para trabajar, la
oportunidad para estudiar, la inteligencia para ser creativos, etc.
(Deuteronomio 8:18).
Puede ser también, que se lo atribuyamos a
la casualidad. Pensamos, sencillamente que nos ha ido bien, nunca pensando que
Dios haya sido el que ha orquestado las cosas de tal manera que hemos podido
disfrutar de una buena familia, un casa, de la salud, etc. No somos sensibles a la situación tan
precaria en que vivimos, que estas cosas que nos brindan confort, satisfacción,
o contentamiento, en un abrir y cerrar de ojos, pueden desaparecer para siempre
o por un tiempo. No recapacitamos hasta
que se nos quitan o desaparecen y entonces empezamos a clamar a Dios que las
restablezca o en algunos casos hasta reconvenirle. Tan pronto nos enfermamos, oramos para que
Dios nos restablezca la salud. Lo triste
es que en ocasiones ni con situaciones como estas buscamos a Dios; buscamos al
médico, al banco, a un esfuerzo más arduo por nuestra parte para remediar el
asunto.
Aún más triste es que en ocasiones
llegamos a pensar, cómo se nos ha dicho tantas veces, que las cosas buenas de
esta vida son nuestro derecho. Tengo
derecho a tener un buen celular, una buena educación, etc. Dependiendo de la situación económica en la
cual nos hemos criado depende mucho de lo que creemos que sean nuestros
derechos, pero todos sentimos que tenemos derecho a ciertas cosas: a ser
felices, a ser tratados bien, etc. Cuando
esto sucede dejamos de ser agradecidos con Dios. Recuerden la historia de José. ¿Fue así como respondió él? ¿qué podemos
decir del maltrato que Dios permitió que recibiera en su vida?
Otra razón por la cual podemos dejar de
ser agradecidos es la envidia o la codicia.
Cuando existe la envidia, lo que recibimos de Dios pasa desapercibido
porque estamos tan enfocados en lo que no tenemos que tienen otros: el vecino,
el jefe en el trabajo, la persona que pasa por la calle que se ve que tiene
mejor carro que nosotros, etc. La
envidia y la codicia, desear lo que Dios no me ha dado y que puede ser que les
ha dado a otros, desvía la atención de lo que sí Dios nos ha dado. Asaf dice en el Salmo 73:
En cuanto a mí, mis
pies estuvieron a punto de tropezar,
Casi resbalaron mis
pasos.
Porque tuve envidia
de los arrogantes,
Al ver la prosperidad
de los impíos.
Porque no hay dolores
en su muerte,
Y su cuerpo es
robusto.
No sufren penalidades
como los mortales,
Ni son azotados como
los demás hombres.
Por tanto, el orgullo
es su collar;
El manto de la
violencia los cubre.
Los ojos se les
saltan de gordura;
Se desborda su
corazón con sus antojos.
Se mofan, y con
maldad hablan de opresión;
Hablan desde su
encumbrada posición.
Contra el cielo han
puesto su boca,
Y su lengua se pasea
por la tierra.
Por eso el pueblo de
Dios vuelve a este lugar,
Y beben las aguas de
la abundancia.
Y dicen: ¿Cómo lo
sabe Dios?
¿Y hay conocimiento
en el Altísimo?
He aquí, estos son
los impíos, y, siempre desahogados,
Han aumentado sus
riquezas.
Ciertamente en vano
he guardado puro mi corazón
Y lavado mis manos en
inocencia;
Pues he sido azotado
todo el día
Y castigado cada
mañana. (Salmo 73:2-14)
El salmista aquí
reconoce que la envidia y la codicia se habían apoderado de su corazón. Sin embargo, el Salmo empieza diciendo: “Ciertamente
Dios es bueno para con Israel, para con los puros de corazón.” (Salmo
73:1) Él pudo decir esto porque Dios
cambió su corazón y pudo ver la realidad de las cosas del punto de vista
divino. “Cuando pensaba, tratando de
entender esto, fue difícil para mí, hasta
que entré en el santuario de Dios; entonces comprendí el fin de ellos.” (Salmo 73:16-17). No sólo vio la vida precaria que llevan los
que no reconocen a Dios en su vida sino también entendió que aun cuando aquí no
recibamos de la mano de Dios lo que quisiéramos tener, Dios si nos ha bendecido
aún más allá de lo que podamos imaginarnos.
Sin embargo, yo
siempre estoy contigo;
Tú me has tomado de
la mano derecha.
Con tu consejo me
guiarás,
Y después me
recibirás en gloria.
¿A quién tengo yo en
los cielos, sino a ti?
Y fuera de ti, nada
deseo en la tierra.
Mi carne y mi corazón
pueden desfallecer,
Pero Dios es la fortaleza
de mi corazón y mi porción para siempre. Salmo 73:23-26
Como también
nos recuerda Pablo en Efesios 1:3: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro
Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares
celestiales en Cristo.” ¿No debería
nuestra respuesta a Dios resultar como echo de lo que dijo Asaf?: “Y fuera de
ti, nada deseo en la tierra.” ¿No debería esto ser el antídoto para la envidia
y la codicia?
Como consecuencia vemos la necesidad
que tenemos de asegurarnos que veamos las cosas como las ve Dios. Cuando esto
ocurra entonces en verdad viviremos una vida totalmente agradecida.
¿Qué podemos hacer para que esto sea
cierto en nuestra vida? En primer lugar
es pedirle a Dios que nos ayude a ver todo como Él lo ve y a la vez empaparnos
de su Palabra que es la revelación de la verdad. Entre más crezcamos en nuestro conocimiento
de Dios, más veremos las cosas como él las ve, y más gratitud habrá en nuestro
corazón.
No comments:
Post a Comment