Impaciencia y la Voluntad de Dios


Frijoles y salsas enlatadas, hornos de microondas, café instantáneo y tantas otras cosas que nos agilizan la vida pero que no producen el mismo placer que el producto original hecho con más tiempo. Una salsita con los jitomates y chiles asados lentamente en el comal y molidos en el molcajete producen una delicia que no se adquiere de una salsa sacada de recipiente de vidrio hecho alguna fábrica por toneladas.

A mi parecer la gente está perdiendo el gusto por lo bueno en su impaciencia por vivir una vida más rápida. No hay atajos para alcanzar la excelencia. Todo se lleva tiempo.
Lo triste es que aun en la vida cristiana la gente vive con impaciencia. Deseamos que Dios haga todo al instante. Deseamos tener la fe de Abraham y ya. Anhelamos la madurez del apóstol Pablo que pudo decir desde el interior de una cárcel romana, “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo, ¡¡Regocijaos!” (Filipenses 4:4) y lo queremos en un día. Hay momentos en que ansiamos tener la paciencia de Job en cinco minutos.

Lo cierto es que aunque la tecnología ha avanzado y las computadoras y teléfonos nos dan resultados en segundos que en años anteriores se tomaban horas y días para conseguir. El reloj de Dios sigue marcando los minutos con la misma lentitud de siempre. Sus procesos para lograr la fe como la de Abraham, la madurez como la de Pablo y la paciencia como la de Job requieren de tiempo y de mucho. Nunca se alcanza de la noche a la mañana.  Dios no tiene prisa. Lo que busca es excelencia y como un buen café no puede ser instantáneo.

Me sigo lamentando cuando veo creyentes que quieren alcanzar los propósitos de Dios para sus vidas de la noche a la mañana. Quieren ser usados por Dios de maneras impresionantes pero no quieren dar los pasos necesarios y constantes para lograrlo.

Los héroes bíblicos de la fe que he mencionado lograron ser lo que fueron porque estuvieron dispuestos a esperar los tiempos de Dios.  Alguien ha dicho que la mayoría de la gente que Dios usa los pasa por un tiempo en “el desierto.”

Abraham pasó años esperando que Dios cumpliera su promesa de darle un hijo nacido de Sara su mujer. En el transcurso su fe en Dios flaqueo pero en cada “fracaso” fue aprendiendo a depender más de Dios.  Llegó después de muchos años y muchas pruebas a estar dispuesto a sacrificar al hijo de la promesa sabiendo que de alguna manera Dios tenía que cumplir a través de ese muchacho las promesas de darle una gran descendencia.  Ahora, lo conocemos como el padre de la fe y nos ha dejado un legado del cual aprender e imitar.

Pablo siendo un hombre docto estudiado bajo los pies de uno de los hombres más reconocidos de su tiempo, el gran Gamaliel, en su impaciencia por cumplir el plan de Dios claramente profetizado por Ananías que él había de dar testimonio a gobernantes y reyes llegó a Jerusalén queriendo empezar de inmediato su ministerio. Dios sin embargo lo llevó tres años al desierto de Arabia donde lo preparó para el ministerio que había de cumplir. Luego lo hizo pasar por mil y una pruebas siendo rechazado, apedreado y encarcelado.  En todo esto aprendió a estar contento no importando su situación. “Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñando, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad.” Tome nota, Pablo dice estoy enseñado. Fue un proceso. Estoy seguro que Pablo pasó por tiempos de impaciencia y en ocasiones se habrá preguntado, “Por qué a mí y a Pedro no.” “Por qué si estoy haciendo tu voluntad dejas que las iglesias como la de Corinto me traten tan mal después de haberlas amado tanto é invertido tanto tiempo y esfuerzo en ellas.

Sabemos que la paciencia de Job se aprendió bajo un duro proceso de prueba que él no podía entender. Fueron días largos en que su esposa y amigos no lo comprendían y lo animaban a reconocer que había hecho algún mal y pedir perdón a Dios. Esto aparte del sufrimiento físico sin descanso alguno.

Lo cierto es que Abraham y Pablo sabían de manera muy específica lo que Dios les había prometido al igual que David y luego Dios se tardó años en cumplir lo prometido.

Nosotros que en muchas ocasiones tenemos una convicción de cómo Dios nos quiere usar y nos impacientamos cuando Dios no cumple esos planes de inmediato. Cómo Abraham intentamos ayudarle a Dios en cumplir sus planes. Nos enfadamos con nuestros líderes que nos están “deteniendo” y decimos y hacemos cosas que no convienen para un creyente. A diferencia de David alzamos la mano contra los ungidos de Jehová que con la sabiduría de Dios nos están guiando (o que puede ser que como Saúl no están haciendo la voluntad de Dios, pero han sido puestos allí por Dios con algún propósito que no entendemos pero que Dios está usando).

Otro peligro que corremos es desistir en cumplir su voluntad. Nos impacientamos y dejamos de buscar llegar a la meta que se nos ha impuesto. Nos dejamos persuadir que no vale la pena seguir en ese propósito o que no tiene sentido lo que está pasando. 

Esto último puede pasar en especial si cómo Job no sabemos que es lo que Dios está haciendo ni cuál es su propósito. Sólo nos encontramos en medio de la tormenta de sufrimiento u olvido y pensamos que lo que estamos pasando no tiene ni propósito ni consecuencia en la obra de Dios. Como Zacarías y Elizabeth seguimos en la rutina no sabiendo que a final de cuenta Dios si tiene un propósito para nuestras vidas. Nos está preparando para criar un Juan el Bautista que ha de cambiar el mundo o de alguna manera influenciar a gente que ni sabemos que nos está viendo.

No vale la pena ser impacientes. Este domingo pasado el pastor dijo algo muy interesante. Si entendiéramos el final de los planes de Dios estaríamos más dispuestos a seguir sus indicaciones. Sin embargo, podemos estar seguros que los propósitos de Dios siempre son los mejores aun cuando no lo parezcan de momento.

Hermanos míos, corramos con paciencia la carrera que Dios nos ha impuesto.  Dios a final de cuentas ha de cumplir sus propósitos en nosotros. A su tiempo segaremos si no desmayamos.

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