No solo le agradece Pablo a Dios por el hecho de que
los hombres se conviertan a él y por todo lo que eso conlleva sino que como
vemos en Colosenses 1:3-4, él también le agradece a Dios la fe que se evidencia
en la vida de aquellos que son hijos de Dios y también por el amor que están
demostrando. “Siempre orando por
vosotros, damos gracias a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, habiendo
oído de vuestra fe en Cristo Jesús, y del amor que tenéis a todos los santos.”
Nos podemos hacer la pregunta ¿qué veía Pablo en esto que le producía
gratitud a Dios? ¿Por qué le causaba gratitud la fe de otros? Además, ¿por qué
le causaba gratitud el ver el amor que le demostraban a otros hermanos en
Cristo? Para contestar estas dos
preguntas, aunque tienen en parte una respuesta muy parecida, las veremos por
separado.
Empezaremos por explorar la razón por la cual le causaba elevar su
gratitud a Dios por la fe de los hermanos en Colosas. Podemos pensar
primeramente que esta fe demostrada le producía en Pablo tal respuesta porque,
una vez más, demostraba crecimiento y madurez en la vida de aquellos en los
cuales había invertido tanto tiempo y esfuerzo. Su propósito al predicar el
evangelio no solo era para ver que las personas fueran salvas de una
condenación eterna sino para ver también que aquellos que reconocían a Cristo
como su Salvador también alcanzaran la madurez como hijos de Dios.
Cualquier paso de fe en la vida de un creyente siempre es un paso que le
impulsa hacia una vida de mayor madurez. Además crea el potencial para un
crecimiento aun mayor como persona y como miembro de la familia de Dios.
Sabemos que entre más crece una persona de manera intelectual y en sus
habilidades, tal persona tiene la capacidad para emprender trabajos y obras de
mayor importancia y responsabilidad. Si
en las cosas pequeñas se encuentra fiel se le pueden confiar cosas de mayor
importancia. Este es un principio que se
maneja diariamente en las empresas y aun en la vida cotidiana de todas las
personas. Lo practicamos con nuestros hijos y con nuestros amigos. A personas
desconocidas no les confiamos información ni responsabilidad por alguna tarea
hasta que no tener las pruebas necesarias de que son personas dignas de
confianza.
De igual manera la demostración de fe en cosas pequeñas es necesaria para
tener fe para pruebas y empresas mayores.
Esto lo vemos demostrado en la vida del padre de la fe, Abraham, y de
muchos otros a quienes Dios usó cuyas vidas encontramos registradas en las
Sagradas Escrituras.
Dios no le pidió a Abraham que sacrificara a su hijo hasta no haber
ejercido su fe en situaciones de menor importancia y crecido en su confianza en
Dios. En algunas ocasiones, como lo
registran las Escrituras, no le creyó a Dios y a sus promesas y sufrió las
consecuencias. Por ejemplo tenemos su registrada la falta de fe cuando, después
de salir por fe de su tierra y dejar a su parentela y al llegar a la tierra
prometida, se encontró que había una sequía y hambre en la tierra. Dios le había prometido cuidar de él pero
viendo la abundancia en Egipto y creyendo que no había sustento para el en la
tierra, salió de la tierra. (Génesis 12:1-3)
Pero años después, habiendo aprendido a confiar en Dios, cuando Dios le
promete multiplicar su descendencia como las estrellas del cielo y como la
arena del mar le cree a Dios y le es contado por justicia. (Génesis
15:3-6).
De igual manera si Dios ha de hacer
grandes cosas por medio de sus hijos en nuestros tiempos, como en los tiempos
de Abraham o de Pablo, lo tendrá que hacer a través de aquellos que tienen
fe. Es por eso que Pablo agradece a Dios
la fe que estaban demostrando los hermanos en Colosas. Su fe por más
insignificante que fuera era un peldaño para alcanzar algo mayor y hacer una
diferencia en este mundo a favor del reino de Dios. Cada paso de fe avanza los
propósitos de Dios y madura la vida del que lo ejerce.
¿No será esto entonces razón
suficiente para detenernos y agradecer a Dios la fe que se ve evidenciada por
más mínima que sea y aun en el más humilde de los hijos de Dios?
En segundo lugar Pablo agradece a Dios
el amor que los hermanos de Colosas estaban manifestando hacia otros de sus
hermanos en Cristo. Pablo dice que es
hacia todos los santos. Parece que ellos
no eran partidarios solo de aquellos que eran de su congregación. Estos hermanos amaban a todos los que eran de
la fe de Jesús.
¿Por qué sería tan importante esto y
por qué habría de importar el hecho de que amaban a todos los santos? En primero lugar, porque el Señor Jesucristo
mismo dijo que el mundo conocería que somos sus discípulos no por nuestra
predicación sino cuando verían que nos amamos los unos a los otros. (Juan
13:34-35) Muchos pueden hablar con
palabras convencedoras que engañan por un tiempo a la gente pero nadie puede
falsificar el amor que sólo Cristo a través de su Espíritu puede producir en el
hombre.
Sigue siendo cierto hasta la fecha que
el verdadero amor de Cristo demostrado en la vida de sus hijos los unos hacia
los otros es la mejor predicación del Evangelio. Este amor convence a más gente que cualquier otro
argumento que se pudiera presentar con el fin de convencer a la gente de la
veracidad de la Palabra de Dios y de la salvación que Cristo ofrece. Tampoco
existe algo que podamos hacer por la gente que tenga el mismo poder de
convencimiento que el amor de Cristo derramado en los corazones de sus hijos
cuando se demuestra hacia su prójimo.
¿No valdrá entonces la pena amar a mis
hermanos por más faltas que tengan o por más ofensas que reciba si pudiera ser
el motivo por el cual una sola alma se entregue a los pies de Cristo?
Es por esto que Pablo agradece a Dios
el hecho que los creyentes en Colosas amaban sus hermanos en Cristo.
Además no sólo convence a los
incrédulos, el amor de Cristo en la vida de sus hijos, sino que es de aliento y
estimula el crecimiento hacia la madurez en la vida de otros que ya son hijos
de Dios. La fe y el amor que alguien
demuestra hacia sus hermanos en Cristo nos animan y nos dejan ejemplo para que
nosotros hagamos lo mismo.
Puedo decir por experiencia propia que
el amor que vi demostrado en la vida de mis padres y de otros misioneros que me
rodeaban hacia la gente con la que trabajaban me ha servido de ejemplo para
seguir en sus pasos. Sigue siendo cierto que aprendemos más rápido del ejemplo
de otros, en especial de nuestros padres, que de aquello que se nos dice o se
nos predica.
A su
vez, he visto en aquellos cuyos padres guardan rencor, padres que no saben
perdonar y constantemente critican a la gente, que estos hijos y otros que ven
a sus padres como ejemplos batallan para amar como Cristo amó y que a su vez nos
ha mandado amar. Estos siguen el patrón
de lo que aprendieron en casa, aun cuando después se les enseña en la Biblia, y
lo leen por si mismos en las Escrituras, que debemos amar y por lo tanto
perdonar al que nos ofende. En ocasiones
no solo no muestran amor para con los que los han herido sino también batallan
en amar a cualquier hermano que no es de su agrado por más triviales que sean
las razones. Es triste, porque como ya dijimos, otros verán que somos sus
discípulos si nos amamos los unos a los otros. ¿Cómo entonces verá el mundo que
Dios en verdad hace una diferencia en nuestras vidas y que ya no somos como los
demás? ¿Valdrá la pena aferrarse a las
heridas que otros nos hacen o dejar de amar por razones de envidia o cualquier
otro motivo y no perdonar cuando le pudiera costar a otro la vida eterna?
Por otra parte si el amor de otros se
ve alentado por el amor que cada uno de nosotros demostramos y les ayuda a
crecer en su amor hacia otros entonces que gran potencial hay en permitir que
el Espíritu Santo derrame el amor en Cristo en nuestras vidas y a su vez que
gran responsabilidad se nos ha encomendado.
Además, nuestro amor por nuestro
prójimo, sea o no hijo de Dios, demuestra nuestro amor por Dios porque como
Juan nos dice en su epístola ¿cómo puede uno decir que ama a Dios a quien no ha
visto si no ama a su prójimo a quien si ha visto. (I Juan 4:20). Si Dios es amor (1 Juan 4:8) y si él vive en
nosotros, si su vida es nuestra vida (Gálatas 2:20) entonces ¿cómo podemos no
amar a nuestro prójimo?
Al no amar a nuestro prójimo estamos
diciéndole al mundo que Dios no les ama como dice en su palabra, porque
nosotros somos la cara de Dios en este mundo,
Los representantes de Dios ante los hombres somos nosotros, embajadores
de Cristo. ¿Cómo lo estamos representando?
Mi experiencia ha sido que muchos que
han recibido mal testimonio de alguna persona que se dice ser Cristiana son los
más difíciles de alcanzar. Para ellos no
importa lo que dice la Biblia ni que Dios les ofrezca vida eterna. Han visto de lo que se trata “esa fe
cristiana.” Dicen una cosa pero son
otra. No ha de ser cierto entonces lo
que dice la Biblia. Ya han visto la
demostración de otra cosa muy distinta.
Si Dios cambia vidas entonces no ha de ser un Dios muy veraz porque han
visto gente tan rencorosa, envidiosa, amargada, que critica con malicia, que no
sabe perdonar y se parecen a los que ellos llaman inconversos.
No solo nos enseña este versículo de I
Juan el riesgo en el que ponemos a otros sino también nos habla de nuestra
propia relación con Cristo. ¿Cómo
podemos decir que amamos a Dios si no amamos a nuestro hermano? Si amar es la naturaleza de Dios y si nosotros
somos sus hijos y llevamos su naturaleza divina por esa misma razón (II Pedro 2:4)
entonces sigue que nosotros deberíamos amar a los que Dios ama, tanto sus hijos
como a todo ser humano por ser su creación.
Sin
embargo, tantas veces nos encontramos con aquellos que piensan que tienen una
buena relación con Dios, se creen espirituales por los años que tienen en el
evangelio y por una serie de cosas que hacen y no hacen pero no aman a sus
hermanos en Cristo. Juzgando tal
situación por el versículo de I Juan podríamos decir que existe un defecto en
su amor a Dios. No estamos diciendo que
está persona no sea hijo de Dios y que no ama a Dios del todo, pero en verdad
no entiende el amor de Dios y no está andando en el Espíritu. No son tan espirituales como se creen.
Por
lo que vemos no solo hacemos daño a otros sino a nosotros mismo cuando no
amamos a nuestro prójimo como Dios nos ha mandado y como es el resultado
consistente con nuestra nueva naturaleza.
Podemos
entonces ver que en verdad Pablo tenía muy buenas razones para agradecerle a
Dios el hecho de que sus hijos espirituales demostraran su fe en Dios y
mostraran amor para con sus hermanos en Cristo.
Si esto es así, entonces también nosotros tenemos las mismas razones
para agradecer a Dios cuando vemos la fe expresada en la vida de nuestros
hermanos en Cristo. También debemos
hacer costumbre de agradecer a Dios cuando vemos que nuestros hermanos en
Cristo se aman los unos a los otros.
A
Dios sea la honra y gloria por lo que está haciendo en la vida de sus hijos
creando en ellos fe y amor como lo vemos en la vida de nuestro Salvador. A Él sea toda nuestra gratitud.
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